jueves, 18 de septiembre de 2008

Lenguas

Hoy,18 de septiembre de 2008, "El Periódico de Cataluña" incluye dos artículos interesantísimos. En la página 16, José A. Sorolla, en su Crónica desde París, firma "Multilingüisme en el regne de l'aparença", en el cual, a partir de la bien consolidada política de apoyo al francés frente a las lenguas regionales, critica el apoyo de Francia a la Jornada Europea de las Lenguas como un ejercicio de hipocresía.

Eso nos lleva a pensar que en España nadie se atreve a defender abiertamente la adopción del castellano como lengua única, con la consiguiente supresión de las lenguas regionales, periféricas o como se las quiera llamar. Hay algunas medidas concretas que parecen apuntar en esa dirección, pero ni siquiera el Partido Popular, o Ciutadans, al que se atribuye un españolismo sin límites, incorporan ese objetivo en sus programas.

Cuidado, no hablamos aquí de aceite de ricino, palizas o pelotones de fusilamiento. Simplemente, de adoptar medidas políticas dirigidas a implantar progresivamente una determinada lengua en todo el territorio del Estado, como un proyecto de futuro.

Aún más, tampoco en Cataluña se atreve ningún partido a proponer abiertamente, como objetivo a medio o largo plazo, la implantación del catalán como única lengua. Todos sabemos que ésta es, justamente, la esencia del nacionalismo catalán, pero sólo las pintadas de grupúsculos incontrolados osan reconocerlo ("en català i prou").

Y aquí viene la referencia al segundo de los artículos mencionados. Enla página 8, Joseba Arregi, bajo el título "Ibarretxe, jutge suprem", comenta las declaraciones del lehendakari Ibarretxe y sus consejeros negando legitimidad a cualquier tribunal (ahora el Tribunal Constitucional, mañana tal vez elTribunal de Derechos Humanos) que se oponga a sus proyectos.

La explicación de Arregi es sencilla: los nacionalistas (vascos, en este caso, pero en nuestra opinión se puede, se debe extrapolar, porque es una característica esencial de cualquier nacionalismo) no aceptan que alguien pueda tener unos sentimientos distintos de los suyos. Quien afirma tenerlos, o miente o es un malvado o un degenerado. Así, elevan sus sentimientos a la categoría de verdad absoluta; un paso más, y defienden su verdad por la fuerza, porque la verdad no debe tener miramientos con el error, menos aún si es consciente y deliberado.

En una democracia es esencial el debate, la libre exposición y discusión de las ideas, sean o no populares. Tal vez se pueda negar el derecho a expresar las ideas que atacan, precisamente, la democracia (la prohibición de hacer propaganda pronazi o negar el holocausto, por ejemplo) y aun és es dudoso, por cuanto supone una negación de los principios que se defienden. Por ello pedimos a todos los nacionalistas que expresen y sometan a público debate su proyecto lingüístico sin falsos pudores. Que digan, por una vez, la verdad.

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