martes, 20 de abril de 2010

Tribunal Constitucional

Difícilmente podría uno oponerse a la propuesta que formula Miquel Roca hoy, en "La Vanguardia": que se renueven los Magistrados del Tribunal Constitucional que ya hace tiempo han finalizado su mandato y también, llegado el momento, los que están a punto de finalizarlo. Y éso por una razón sencillísima: si no se respeta la Ley, no hay Estado de derecho, no hay seguridad jurídica, no hay democracia.

Ahora bien, que nadie crea que esa sustitución supondrá un verdadero cambio en el papel del Tribunal Constitucional. No, porque el método de selección de los Magistrados conducirá, ineluctablemente, a que se nombren voceros de los partidos, comprometidos, como buenos estómagos agradecidos, a cumplir los designios de sus señoritos. Tendrán un plus de legitimidad formal, pero no tendrán legitimidad material.

La legitimidad material del Tribunal Constitucional vendría dada por unos Magistrados comprometidos sólo con la Constitución, que cumpliesen su función de interpretar la Carta Magna con toda la ciencia jurídica acumulada por una larga experiencia. Humanos y, por tanto, falibles, pero deseosos de cumplir correctamente su función. Pero ésto, hoy en España, es una utopía y aún una utopía ridícula.

El propio Miquel Roca no atiende tanto al escándalo que supone una interinidad ilimitada, cuanto al riesgo de que esta composición del Tribunal pueda conducir a una sentencia contraria a sus intereses, legítimos, pero partidistas. Lo propio sucede con el Director de "La Vanguardia", que se queja del proceso, pero no por los defectos evidentes, sino por el sentido del fallo que anuncian.

Aun más, la Presidenta del Tribunal Constitucional, en lugar de procurar una sentencia, cualquiera que sea su signo, que interprete la Constitución y valore la adaptación del Estatuto a la norma fundamental, persigue únicamente un fallo favorable a una determinada interpretación. Favorable, sobre todo, desde un punto de vista político, no jurídico. Busca, y nadie se recata en señalarlo, una sentencia del agrado del Gobierno, no una sentencia acorde con el verdadero sentido de la Constitución.

Por tanto, que nadie se queje. Si cada uno utiliza la justicia en su propio beneficio y los propios Tribunales se acomodan a esta casa de tócame Roque, quizá sea mejor renunciar al Estado de Derecho. Reconozcamos que ésto es un zoco, todo está en venta y hagamos nuestras ofertas. En una casa de putas, el que manda es el que tiene más dinero; ése se lleva la fulana más maciza al catre y, los demás, a envidiarle y hacerse pajas.

domingo, 18 de abril de 2010

El dueño de la democracia

Contesta Suso de Toro al artículo de Francesc de Carreras que, a su vez, daba la réplica a un artículo del primero sobre la situación creada por el recurso del Partido Popular ante el Tribunal Constitucional acerca de un buen número de artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Y lo hace reiterando su pregunta: ¿Quién es al final el dueño de la democracia, la ciudadanía o los jueces miembros de un tribunal?
En un Estado de derecho, no sólo rige el principio de legalidad, que implica la sumisión de todos los poderes públicos (y de los ciudadanos) a la ley, sino también el de jerarquía normativa, según el cuál la Constitución prevalece sobre las leyes y éstas sobre los reglamentos administrativos. La norma que contradice otra de rango superior, es nula y no puede ser aplicada. La Constitución ocupa el lugar superior en esta jerarquía, por lo que es nula cualquier ley, incluso orgánica, que la contradiga.

En cuanto la función de todos los tribunales constitucionales consiste en valorar la adecuación de las leyes (y, en su caso, otros actos de los poderes públicos) a la Constitución, la pregunta de Suso de Toro implica que la voluntad de los ciudadanos prevalece incluso sobre la propia Constitución. Pero ésto, que es el fundamento de la democracia, lo acepta la Constitución misma, que prevé un procedimiento para su reforma o derogación. Lo que Toro y muchos otros plantean es que el Estatuto de Autonomía debe prevalecer sobre la Constitución sin necesidad de acudir a dicho procedimiento: que el Estatuto debe ser aceptado, al haber sido aprobado por el Parlamento catalán y las Cortes Generales y refrendado por la población, aunque sea contrario a la Constitución, sin necesidad de reformar ésta.

En el fondo, esta tesis implica la existencia de una norma de rango superior a la Constitución, que ésta no puede contravenir. Si una norma de rango inferior se ajusta a esa norma supraconstitucional y es contraria a la Constitución, prevalece aquélla sobre ésta. Y, ¿cuál es esta norma supraconstitucional?

Podría ser, en nuestro ordenamiento positivo, el Derecho comunitario. Pero éste no contiene ninguna disposición que pueda ser alegada para hacer prevalecer el Estatuto sobre la Constitución. En realidad, los partidarios de esta tesis no se refieren a ninguna norma positiva sino a algo que, en todo caso, podría formar parte del Derecho natural.

La superioridad del Estatuto sobre la Constitución se basa en el siguiente argumento: Cataluña es una nación; las naciones tienen un derecho natural al autogobierno; ninguna norma positiva puede negar o limitar este derecho; el Estatuto de Autonomía constituye la expresión del autogobierno de la nación catalana, luego no puede ser limitado por la Constitución.

Respecto del primer punto, nadie ha sido capaz de formular una definición del concepto "nación" que resulte generalmente aceptada y, por tanto, permita determinar con una razonable seguridad si Cataluña, o cualquier otra comunidad, país o grupo social constituye o no una nación.

En cuanto al segundo, se trata de un principio que nadie acepta en el Derecho internacional. En realidad, ni siquiera se formula: se trata más bien de un sobreentendido en la argumentación de los nacionalistas partidarios de la segregación respecto de un Estado, pero nunca se somete a discusión.

El tercero, en realidad, es una precisión del segundo: el Estatuto de Autonomía supone la plasmación, reconocida constitucionalmente, del autogobierno de Cataluña: la discusión no se refiere al derecho al autogobierno, pues, sino a la posibilidad de establecer límites al mismo. Ahora bien, hay que recordar que incluso los derechos fundamentales generalmente aceptados (derecho a la vida, a la libertad individual, derechos de expresión, reunión y asociación) pueden ser limitados sin que ello suponga una negación de la democracía.

Por todo ello, son Suso de Toro y quienes, como él, defienden la superioridad del Estatuto sobre la Constitución quienes han de argumentar su postura. Mientras tanto, no cabe escandalizarse de que el control de constitucionalidad se halle confiado a los magistrados que forman un tribunal. Lo que hay que exigir es que estos magistrados hagan bien su trabajo, valorando la compatibilidad del Estatuto con la Constitución vigente, no con la que a los partidos que les eligieron les gustaría tener.

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domingo, 11 de abril de 2010

Cataluña,¿tierra de acogida?

El Director de "La Vanguardia" insiste hoy en el mito de Cataluña como tierra de acogida "generosa, pero no ilimitada" ("Vic de nuevo").

Esta idea podría expresarse diciendo que Cataluña ha acogido en su seno a gentes de otras tierras obligadas a abandonarlas a fin de ganarse el sustento, dándoles trabajo, dignidad y futuro. Así, Cataluña y los catalanes se ven generosos, solidarios y abiertos y, por tanto, con derecho a recibir el agradecimiento de los inmigrantes.

Pero quienes así se ufanan de su bondad olvidan que los inmigrantes vinieron y vienen a Cataluña porque aquí eran y son necesarios. Porque los empresarios catalanes necesitaban y necesitan mano de obra barata para seguir enriqueciéndose. Porque hay trabajos que los catalanes no quieren hacer, o sólo harían si se les pagase mucho más de lo que cobran los inmigrantes.

Cataluña y los catalanes no han dado nada a los inmigrantes y, ahora mismo, poco o nada les dan. Lo que obtienen los inmigrantes es la contraprestación de su trabajo y, por tanto, nada deben. Y, si hay muchos que obtienen beneficios sociales a los que no se han hecho acreedores mediante una cotización a la Seguridad Social, quizá ello se deba a que la economía sumergida les conviene a algunos empresarios, y también les interesa tener una reserva de mano de obra barata para apelar a ella en caso de necesidad, por lo que no son partidarios de regularizar a estos inmigrantes o de expulsarlos del país (y el Sr. Antich parece insinuar esto mismo al decir que las autoridades prefieren esconder la cabeza bajo el ala, antes que plantear seriamente un debate sobre la inmigración).

Estos mismos empresarios son los clientes preferentes del nacionalismo, opción política que puede resumir su ideología, parafraseando la doctrina Monroe, en la expresión "Cataluña para los catalanes". En efecto, el nacionalismo sigue pretendiendo combatir la influencia de las oleadas migratorias de finales del siglo XIX y de todo el siglo XX, procedentes fundamentalemnte de otras regiones de España, que amenazan el statu quo tradicional y, en definitiva, el predominio de la burguesía catalana de toda la vida.

El mito de Cataluña, tierra de acogida, pretende justificar el objetivo final del nacionalismo: como muestra del agradecimiento a que hacíamos referencia, los inmigrantes deberían adoptar la lengua, la cultura y los valores de los catalanes de toda la vida, renunciando a los propios y defendiendo, en definitiva, los intereses de esa misma burguesía catalana que pretende seguir mandando indefinidamente.

Esta política va, claramente, contra la historia y, por tanto, a medio o largo plazo está condenada al fracaso. Los inmigrantes, los de antes y los de ahora mismo, saben muy bien que no les han regalado nada, que nada deben a los que se enriquecieron con su trabajo y su desarraigo, que todo se lo deben a ellos mismos, a su decisión, a sus deseos de prosperar y a las penurias que han debido afrontar. Y, un día, pueden exigir la cuota de poder que quieren negarles.

domingo, 4 de abril de 2010

Pederastia

No, Santidad, Eminencias, Ilustrísimas, Reverendos Padres: no hay una campaña de propaganda anticatólica. Lo que hay es que la Iglesia se ha metido, ella sola, en un jardín del que no sabe salir, ha mantenido una conducta gravemente contradictoria que tiene confundidos a los fieles y da armas a los adversarios, que serían tontos si no las aprovechasen. Pero todo ha sido culpa de la jerarquía eclesiástica.

El escándalo de la pederastia de algunos sacerdotes (demasiados, pero aún una minoría) no son los propios abusos. En todas las organizaciones, en todas las instituciones, hay personas que hacen precisamente lo más contrario a las reglas y propósitos de esas instituciones. Pero el que alguna vez se descubra un bombero pirómano, si bien no beneficia en nada al cuerpo de bomberos, no lo descalifica totalmente, porque la gente les ve luchando contra el fuego, muchas veces con riesgo de sus vidas.

El escándalo de la pederastia está en que la jerarquía católica ha seguido férreamente una estrategia contraria a su ideario y, en realidad, a sus intereses: ha ocultado los delitos de pederastia, limitándose, cuando más, a trasladar a los culpables, dándoles frecuentemente la ocasión para proseguir su execrable comportamiento. No se ha tratado de una reacción aislada de un Obispo bienintencionado pero equivocado, o de un dignatario más preocupado de su carrera que de su función pastoral. Ha sido una consigna tan universal que resulta difícil creer que no haya sido impartida explícitamente por la cadena de mando.

Y, claro, cuando una institución se permite juzgar y condenar al resto de la humanidad, y no sólo éso, sino afirmar que lo hace en nombre de Dios, es decir, que su juicio y su condena tiene un valor absoluto, no se puede permitir errores, y menos tan burdos como el presente. Ocultar la verdad es una forma de mentira y, puesto que la pederastia está penada como delito en todos los países, esa ocultación puede ser calificada como encubrimiento que es, también, una conducta delictiva.

No es creíble la excusa de que pretendieron evitar el escándalo: la depuración de los sacerdotes culpables hubiese evitado el escándalo que ahora soporta la Iglesia. Hubiese puesto de manifiesto que la institución no tolera esas conductas, radicalmente contrarias a las doctrinas que predica. Poco importa si se acordaba la reducción al estado laical o el ingreso en una orden de clausura, sin contacto exterior ni, sobre todo, con menores.

En realidad, lo que pretendió esta ocultación es, precisamente, aparentar una santidad, una irreprochabilidad que ni existe ni debe existir. Los clérigos son seres humanos y, como tales, yerran, se equivocan, son débiles, sujetos a pasiones, imperfectos. Son pecadores, en la jerga eclesial.

Pero la Iglesia católica, la jerarquía católica ha tratado siempre de aparentar que sacerdotes y religiosos son seres superiores a los simples mortales, a fin de reforzar esa idea de que sus palabras, sus condenas, pese a salir de labios humanos están pronunciadas con la voz de Dios, inspiradas por el aliento divino.

De ahí que usen aún una lengua muerta, que siempre ha ignorado la mayoría de los fieles cristianos. Que hayan usado y aún usen unas vestiduras que no sólo les identifican, como todo uniforme, sino que les diferencia del común de los mortales (el clergyman es similar a las ropas civiles, pero la sotana no tiene un parangón sino en vestiduras rituales, como la toga de los abogados). Que hayan usado (y aún se ve, aunque raramente) unas formalidades especiales: a un sacerdote se le besaba la mano, a un Obispo, el anillo ¡haciendo una genuflexión! Que utilicen tratamientos inusuales: quienes no deben tener hijos son llamados "Padre"; Ilústrisima, Eminencia, Santidad, Reverendísimo Padre...

El besamanos es especialmente interesante. Aunque doctrinalmente nunca lo aceptarían, la consagración de las manos del sacerdote, único que puede celebrar la Eucaristía, lleva a la conclusión de que algo aporta al Sacramento, de que el milagro no es únicamente divino, sino que contribuye algún poder especial del celebrante. En definitiva, que el sacerdote es un taumaturgo.

El celibato viene a reforzar esta apariencia. El sacerdote es superior a los demás hombres porque puede triunfar sobre sus pasiones, someter el impulso más fuerte que tienen todos los seres vivos, después de la conservación de la vida (y, a veces, incluso antes). De ahí que lo mantengan con tanto ahinco, pese a la pérdida de vocaciones.

Aún más, hay un silogismo implícito en la defensa del celibato sacerdotal: Jesús fue célibe (aunque no esté demostrado, como tampoco lo está lo contrario); Jesús era superior a los hombres; los sacerdotes son célibes, ergo...

La ocultación de los casos de pederastia sirve para la defensa de este mito de la superioridad del clero. Cualquier debilidad, cualquier fallo de un sacerdote debe ser disimulada, muy especialmente si pertenece al campo de la sexualidad. Pero, si se trata de pederastia, una conducta considerada por la sociedad y especialmente por la Iglesia especialmente baja, especialmente reprobable, con más razón, puesto que echa por tierra esa supuesta superiordad de los clérigos: quien puede caer tan bajo en modo alguno podía estar tan elevado como pretenden. Quien está tan cerca de la inhumanidad, en modo alguno puede ser sobrehumano.

Irónicamente, tal vez este mito haya contribuido a atraer al sacerdocio a algunos de los que han incurrido en actos de pederastia (pedofilia, efebofilia, como quieran llamarle). La ficción de que los sacerdotes son seres superiores, capaces de controlar sus impulsos, puede haber conducido a jóvenes católicos temerosos de su sexualidad a ingresar en el seminario, creyendo que si llegan a ser sacerdotes quedarán libres de esos impulsos que sus creencias rechazan (incluso sin ser plenamente conscientes de tales impulsos).

¿Cabe alguna solución? La jerarquía ha errado, la jerarquía debe asumir la culpa. No vale decir, como hemos leído, que la Iglesia no son sólo el Papa y los Obispos. En una institución rígidamente jerárquica, no se puede imputar un error a quienes sólo pueden obedecer, además de que, como hemos señalado, han sido los ordinarios y los superiores religiosos los que han dado pie al escándalo al ocultar los actos de pederastia.

Pero tal vez quepa proponer como solución una cura de humildad. Que reconozcan que han errado, que son humanos y como tales falibles. Que acepten que son seguidores de la Verdad, y no poseedores y aun propietarios de la misma, por lo que pueden extraviarse y sólo les queda el consuelo de rectificar contínuamente sus errores. En definitiva, que son como todos nosotros.