martes, 26 de enero de 2010

Ladrones

Se ofende Pilar Rahola en "La Vanguardia" del 26 de enero, porque el candidato del PP por Extremadura José Antonio Monago dice que los catalanes roban a Extremadura. La cartera y buena parte del futuro, si la cita es correcta.

Tiene razón la Sra. Rahola en enfadarse. O, mejor, la tendría, si ella no hubiera formado parte del coro del expolio. Si, de los que afirmaban que el sistema de financiación autonómica suponía el expolio de Cataluña.

Expolio, según el diccionario (tanto en castellano como en catalán) es sinónimo de robo. O sea, que Pilar Rahola y muchos otros nacionalistas acusaban a los extremeños, como a los demás españoles (para ellos los españoles se contraponen a los catalanes) de robo; les llamaban ladrones, igual que ahora el demagogo extremeño del PP.

Me da igual si tienen razones, que razón, en singular, no la tiene nadie. Si quieren alegar que el sistema de financiación, sea el anterior o el actual, es injusto o perjudica a una comunidad, que pongan sus argumentos, sus datos sobre la mesa. Éso sería un debate civilizado y democrático. Y, a lo mejor, llegábamos a un consenso, aunque fuera parcial.

Lo que hay que eliminar de la vida pública de este país es el insulto sistemático y el victimismo del que se siente insultado, pese a que él también insulta. Respetemos al otro, aunque sea un político de otro partido, como si fuera un ciudadano honrado. Todos saldremos ganando.

sábado, 16 de enero de 2010

Pelotazos

El inefable alcalde de Barcelona ha lanzado, de sopetón, la ¿propuesta o ya decisión? de presentar la candidatura de la Ciudad Condal para sede de los Juegos Olímpicos de invierno de 2022.

La ciudadanía, mal pensada ella, ha entendido unánimemente que al Sr. Hereu no le llega la camisa al cuerpo cuando lee las encuestas de intención de voto, que le pueden descabalgar de la poltrona y romper la hegemonía socialista en el Ayuntamiento de Barcelona, que parecía destinada a durar mil años.

Los Juegos Olímpicos de 1992 fueron, seguramente, un acontecimiento enormemente positivo para Barcelona. Superada la dictadura, España había empezado a ocupar un lugar normal en Europa y el mundo. La ciudad necesitaba una reforma importante, que la modernizase y aumentase sus atractivos en todos los aspectos. Los Juegos fueron la ocasión para efectuar esta reforma y presentar al mundo la nueva faz de Barcelona y de España. Fueron un acierto cuyo mérito es obligado reconocer a mucha gente, pero en particular a Pasqual Maragall, alcalde entonces de la ciudad.

No obstante, el gobierno municipal, enardecido por el triunfo, intentó repetir la jugada con el Forum, que no logró repetir el éxito, ni mucho menos. Por una parte, el acontecimiento no tenía el mismo atractivo; por otra, las circunstancias no eran las mismas. Los ciudadanos ya no sentían la necesidad de ofrecer al mundo la mejor cara de la ciudad y del país, sino que, completamente normalizados, pretendían del Ayuntamiento servicios a nivel europeo.

Pero ofrecer unos buenos servicios públicos, la función de un gobernante, es difícil y, sobre todo, poco agradecido en términos electorales. Exige un esfuerzo constante que no es noticia e implica costes para los ciudadanos, sea en forma de impuestos, molestias (las obras), multas, controles de alcoholemia...

Por ello, el propio Maragall, cuando accedió a la Presidencia de la Generalitat decidió intentar una nueva operación de relumbrón que le garantizase la reelección, al permitirle batir en toda la línea a CiU, en su propio terreno y en forma que garantizaba la atención de los medios: no hace falta aclarar que nos referimos al nuevo Estatuto de Autonomía, que tantos quebraderos de cabeza ha producido.

Y ahora, el alcalde Hereu intenta de nuevo la misma maniobra, con la presentación de la candidatura a los Juegos de invierno. No puede ofrecer a los ciudadanos mejores servicios, más limpieza, más seguridad, por lo que intenta arrastrar el voto mediante una apelación a los sentimientos que se pretende doble, al unirse al simbolismo de los Juegos Olímpicos en general el recuerdo de lo que los de 1992 representaron para Barcelona.

Este desprecio del trabajo diario en beneficio de los grandes proyectos excepcionales recuerda extraordinariamente lo que ha venido ocurriendo en la economía española en las últimas décadas. El verdadero negocio, el que verdaderamente producía beneficios era la conversión de terrenos rústicos en urbanos. No la urbanización ni la construcción, aunque eran necesarias: la transformación jurídica.

Se trata de un proceso que incrementa el precio de los terrenos, pero no aumenta su valor, ya que no les añade nada. Y, sobre todo, se incluye claramente en lo que en contabilidad se han considerado siempre resultados extraordinarios, como la venta del local del negocio, accesoria a la actividad económica habitual y, en muchas ocasiones, contraria a ella, ya que supone el cierre del negocio (salvo en caso de traslado, claro está).

Se trata, en definitiva, de la cultura del pelotazo, que se caracteriza por despreciar la actividad laboriosa, el esfuerzo discreto y continuado, y valorar tan sólo el enriquecimiento rápido y fácil, basado, teóricamente, en las excepcionales dotes de quien lo consigue y, más frecuentemente, en información privilegiada, contactos o, sencillamente, corrupción.

Lo que está haciendo el alcalde Hereu es intentar ganar las elecciones mediante un pelotazo político. Ello, por una parte, es intentar engañar a los ciudadanos. Pero, por otra, es aun peor, ya que supone ampliar la extensión afectada por lo que se ha manifestado como un defecto fundamental de la economía española que le mantiene apartada de la recuperación: no quieren aprender que los pelotazos hacen unos pocos millonarios, pero no enriquecen un país ni mejoran los servicios públicos.