lunes, 31 de agosto de 2009

Valores

Parece mentira que, precisamente Jordi Pujol, cuya política se caracterizó siempre por el pragmatismo y por vender su apoyo al mejor postor ("peix al cove"), se permita hoy, en "La Vanguardia" pontificar sobre valores ("Ideas, Valores, Actitudes") y condenar los valores que denomina "líquidos", enalteciendo los de carácter absoluto.

Más sorprende que lo haga en "La Vanguardia", un periódico que trata de acentuar cada vez más su ideario catalanista, y lo haga en castellano, pero sin duda sabe que, si lo hace en la que él considera la única lengua de Catalunya, le leerá menos gente. Pragmatismo triunfante, frente a ideas y valores.

Hay que recordar al Sr. Pujol que la verdad absoluta es el justificante habitual de los crímenes contra la humanidad. Que la religión verdadera dio lugar a la Inquisición y a las cruzadas. Que hoy, otra religión verdadera ampara los atentados del 11-S y del 11-M, además del trato denigrante que, en los países más fervorosamente musulmanes, recibe la mujer (y el cristianismo no está libre de pecados históricos en este sentido).

Hay que recordarle que la sagrada unidad de la Patria y, nuevamente, la fe verdadera, fueron las coartadas de la rebelíón y la dictadura franquistas. Que la verdad histórica de la teoría marxista justificó y justifica los regímenes totalitarios comunistas. Que la superioridad de la raza aria, probada científicamente (bueno, éso decían ellos), llevó al exterminio sistemático de judíos, gitanos, homosexuales y, en definitiva, todos aquéllos que no podían servir ni siquiera como esclavos del Tercer Reich.

Que el dogma que defiende el Sr. Pujol ("Catalunya és una nació"), verdad indiscutible, ha justificado la violencia de Terra Lliure, como un dogma equivalente sigue justificando los crímenes de ETA. El que, conociendo la verdad, no la acepta, se pone conscientemente del lado de la mentira y del mal, y por tanto, en defensa de la verdad, el creyente debe exterminarlo.

La única solución consiste en no confundir nunca las creencias con verdades absolutas. El otro puede ver aspectos de la realidad que a mi se me escapan, tener prioridades distintas, que le hagan valorar negativamente lo que a mi me parece indudablemente positivo.

Quizá, como mucho, podamos decir que una idea, un valor, funciona mejor que otro, que es más útil para que los seres humanos, todos, vivamos un poco mejor, en paz, en un mundo un poco más justo y mejor repartido. Y que no intentemos imponer a los demás nuestros valores que, muchas veces, no son sino una traducción de nuestros intereses. Y, también aquí, que el Sr. Pujol vea qué intereses defienden los valores que el considera absolutos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Políticos

Arturo Pérez Reverte ha plasmado perfectamente lo que probablemente sea el sentimiento compartido por una amplia capa de la población española respecto de los políticos que padecemos. http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=4307&id_firma=9091

Sorprende, sin embargo, que diga que hace veinte o treinta años él admiraba a los políticos de entonces. Hace treinta años gobernaba la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez. Hace veinte, el Partido Socialista Obrero Español, dirigido por el tándem Felipe González - Alfonso Guerra. Sobre todo éste último gobierno se vió salpicado por buen número de casos de corrupción que, finalmente, tuvieron buena parte en el vuelco electoral y el triunfo del Partido Popular de José Mª Aznar.

Sin embargo, creo que todos estábamos convencidos de que, incluso con sus casos de corrupción, aquellos gobiernos trataban de trabajar por el bien común (y por el suyo; todo el que trabaja lo hace, en definitiva, por ganarse la vida). Unos cuantos socialistas, qué duda cabe, aprendieron a utilizar el poder para beneficiarse personalmente, más allá de lo que permite la Ley. Pero el Gobierno, los gobiernos, además, trataron de llevar a la práctica las ideas que tenían acerca de la mejor gestión de los intereses generales. A veces, esas ideas podían ser insensatas; otras, su puesta en práctica resultó nefasta. Pero ése es el riesgo de la democracia: elegimos a quien nos parece que ha de hacerlo mejor, nos podemos equivocar y nunca sabemos realmente si nos hemos equivocado (nunca sabemos qué hubiera hecho realmente el otro).

Los políticos de hoy, en cambio, han olvidado completamente el interés público y se limitan a hacer lo que creen que les ha de beneficiar, personalmente o al partido. Son incapaces de pensar en las consecuencias de sus actos para los ciudadanos que, pacientemente, les votamos (o no) y, con seguridad, pagamos sus sueldos, sus escoltas, sus guateques, sus viajes, sus coches oficiales y los medios de comunicación que les dan la sensación de ser personas importantes.

El Gobierno no tiene empacho en negar una crisis evidente y creciente, sólo porque le interesaba electoralmente y, cuando la admite, sus medidas no se dirigen a combatir o paliar la crisis, sino a preparar las elecciones. Y la oposición, si hace algo, es sólo para desgastar al Gobierno, o sea, para lograr acceder al gobierno.

No es de extrañar que añoremos aquellos tiempos en que los políticos hacían como todo el mundo: trabajar en beneficio propio (todos queremos el sueldo que nos pagan para vivir lo mejor posible), pero conscientes de que ello implicaba atender a los intereses del pagador. Ahora, los políticos quieren que les paguemos el sueldo sólo por ocuparse de sus propios intereses. Y un día nos podemos cansar.

lunes, 3 de agosto de 2009

Regalos

Espectacular. Increíble. Resulta que el Tribunal Superior de Justicia de Valencia archiva la causa contra Camps y Costa porque no se ha descubierto relación entre los regalos que recibieron y adjudicaciones de contratos públicos a favor de Orange Market. Costa, además, como diputado autonómico, no podía influir en la elaboración de leyes que pudiesen favorecer a la generosa empresa.

Todos pensábamos que el cohecho impropio venía a sancionar la percepción de regalos que no estuviesen conectados causalmente con la realización de actos prohibidos. Que el legislador pretendía evitar tratos de favor que no resultasen ilegales por sí mismos, pero sí contrarios al principio de igualdad: que finalizar un expediente en un tiempo record no es contrario a derecho, pero hacerlo sólo para quien ha hecho un buen regalo...

Pero no, la presunción de inocencia excluye pensar que quien le hace un regalo al presidente de la Generalitat valenciana lo hace por su cuenta y razón y que el Sr. Camps es consciente de ello e implícitamente se compromete, al aceptar el regalo, dar un trato especial (aunque no necesariamente antijurídico) al oferente.

Lo más triste es que esta resolución judicial sigue la misma línea que las declaraciones de Rita Barberà, quien afirmó que todos los políticos reciben regalos. Porque si esa afirmación es cierta (y lamentamos creer que lo es) significa que en España los regalos siguen siendo útiles. Porque, ¿qué empresa, entidad creada para ganar dinero, haría regalos si no le saliesen a cuenta, si no fuesen inversiones productivas?

Es evidente: los regalos lubrifican el trato entre las empresas y las Administraciones públicas, haciendo fácil lo difícil y acelerando la más bien premiosa maquinaria administrativa. No hace que la empresa dadivosa obtenga la adjudicación de contratos que no pudiera ganar en una licitación igualitaria, pero le da una ventaja: conoce antes la convocatoria, la conoce mejor, le advierten de los extremos que más importan al órgano de contratación, quizá de quiénes son los demás concurrentes. En una palabra, le dan una posición ventajosa, porque le dan acceso directo al poder.

Los regalos muestran que en España sigue imperando el amiguismo. Que es más conveniente tener acceso a las altas esferas que ser competitivo. Que la calidad no lo es todo en ámbitos en que debiera serlo.

Y luego pretendemos salir de la crisis y ser una potencia económica.