miércoles, 22 de septiembre de 2010

El coste de la independencia

No acabo de entender la carta que, bajo el título "Explicacions clares" recoge hoy "La Vanguardia". Su autor pide a los políticos que expliquen las supuestas bondades de la independencia, afirmando que el que lograse hacerlo de forma clara se llevaría de calle las elecciones, cualquiera que fuese su ideológía.

No lo entiendo por dos razones: la primera, porque en la actualidad yo no creo nada dicho por un político, y pienso que la mayoría de los ciudadanos comparten esta incredulidad. Y, la segunda, porque el autor de la carta da por sentado que la independencia sólo tiene bondades, pese a pedir que se las expliquen. ¿Para qué necesita explicaciones, si ya está convencido?

La independencia de Cataluña supondría, obviamente, que ninguna parte de los impuestos satisfechos por los contribuyentes catalanes iría a las arcas del Estado español. Esos fondos podrían ser invertidos en beneficio de los ciudadanos catalanes, o gastados inútilmente en proyectos improductivos. La independencia no garantiza el buen hacer de los gestores públicos, aunque éstos dispongan de más fondos.

Pero la independencia también supondría costes económicos. En primer lugar, variaría la posición de Cataluña frente a la Unión Europea. La aportación de Cataluña a los presupestos de la Unión ya no se determinaría en función del Producto Interior Bruto per capita español, sino del catalán. Cataluña tendría más riqueza por habitante que España, por lo que habría de contribuir más y tendría menos financiación de las instituciones europeas. Es decir, parte, al menos, de lo que ahora va a otras Comunidades Autónomas iría a los países menos desarrollados de la Unión. Este factor debe ser cuantificado.

Además, una Cataluña independiente debería construir servicios que, actualmente corren a cargo del Estado español y que resultaría difícil o imposible repartir, en caso de ruptura. Los más evidentes son la defensa y la representación exterior. ¿Tendría fuerzas armadas una Cataluña independiente? Y, en caso afirmativo, ¿cuánto costaría la creación y mantenimiento de los ejércitos catalanes?¿Cuánto costaría la creación de una red de representaciones diplomáticas y consulares de Cataluña?

La independencia y la forma en que se alcanzase podrían tener efectos importantes en las empresas catalanas. ¿Perderían su actual cuota del mercado español? Y, en caso de que así fuese, ¿cuánto tiempo requeriría sustituir estos clientes por otros, nuevos, de terceros países. Es bien sabido que la apertura de nuevos mercados requiere un esfuerzo mucho mayor que el mantenimiento de los ya existentes e, incluso, el aumento de una cuota ya existente.

Pero, aunque la propaganda de los partidos políticos hace hincapié en las ventajas económicas de la independencia (cuidándose mucho de explicarlas y cuantificarlas, de contestar a preguntas como las expuestas), ésta es, en realidad, un instrumento al servicio de la construcción nacional de Cataluña. Es decir, de transformar Cataluña de acuerdo con el sueño nacionalista.

Una Cataluña exclusivamente catalanoparlante, depurada de la influencia que, durante siglos, ha tenido España, unas veces por imposición, otras por interés de los propios catalanes (y, en particular, de las elites) y muchas, en fin, por compartir un espacio geográfico y, por tanto, problemas, necesidades y también oportunidades.

Esta construcción nacional exigiría conseguir que los ciudadanos de Cataluña de lengua castellana y cultura española o mixta, abandonasen su lengua y cultura, cortasen sus raíces, asumiendo una identidad que no es la suya. De grado, o por fuerza.

¿Estamos dispuestos a enfrentarnos a este proceso? ¿Compensan las ventajas económicas de la independencia este cambio que ha de afectar a un número muy importante de ciudadanos y, en consecuencia, a la sociedad catalana en su conjunto? También este factor ha de valorarse cuidadosamente. La independencia no es un proceso fácilmente reversible.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Los olvidados

Al parecer, el PSC está cambiando su orientación, enfriando su entusiasmo catalanista. Así lo muestran las declaraciones de José Montilla contra el independentismo o la separación de Ciutadans pel canvi. No hay que decir que este cambio es valorado negativamente por muchos comentaristas. Así lo hace hoy, en "La Vanguardia", Pilar Rahola.

Por supuesto, a los nacionalistas no les puede parecer bien que uno de los grandes partidos catalanes escape de la disciplina nacionalista, en la que hasta ahora ha permanecido. Hablo de ese dogma indiscutible según el cual Cataluña es una nación y todos sus problemas vienen de España, por lo que cualquier incremento del autogobierno es, automáticamente, beneficioso. Este dogma era defendido, dentro del PSC, por el sector nacionalista representado por Ciutadans pel canvi y aceptado por el partido por intereses electorales y de gobierno: la aceptación del dogma permitió la formación del tripartito y determinó las líneas maestras de la política del mismo, en particular el nefasto proceso de reforma estatutaria. También fue la causa de los problemas del PSC, que ahora prevé una pérdida de votos y el pase a la oposición.

Pero tal vez los socialistas catalanes hayan recordado algo que el nacionalismo siempre ha tratado de ocultar y olvidar: la realidad social de Cataluña. Una parte muy importante de la población catalana, tal vez la mayoría, proviene de otras partes de España o son hijos o nietos, por una línea o por ambas, de inmigrantes. Gentes que mantienen vínculos culturales y emocionales con España, sin dejar por ello de tenerlos con la tierra en la que viven y con la cultura y las tradiciones de las gentes cuyos antepasados la habitaban.

Estas personas son ciudadanos de Cataluña con plenos derechos, porque han contribuido y contribuyen a construir este país (pero la Cataluña real de hoy, no la fantasía, en parte historicista y en parte futurista, de los nacionalistas). Y son los votantes naturales del partido socialista. He escrito bien, del partido socialista, porque son quienes en las elecciones generales desean votar PSOE y votan PSC porque creen que es el PSOE en Cataluña.

Tal vez el PSC ha recordado a su electorado y pretende defender sus intereses, a fin de evitar perderlo en la abstención. Y así quizá se resuelva la paradoja de que, siendo el castellano la lengua más hablada en Cataluña, los partidos y los políticos catalanes sean abrumadoramente nacionalistas y, en mayor o menor medida, antiespañoles.

Esta pluralidad de Cataluña, que el nacionalismo ha tratado de ocultar o negar en sus manifestaciones, al tiempo que procuraba eliminarla con su política (basta ver la educación, los medios de comunicación, la política cultural), dentro del proceso denominado "construcción nacional de Cataluña" debe forzosamente ser tenida en cuenta en cualquier proyecto que pretenda resolver el encaje de Cataluña en España. No se trata, como muchos afirman, de encajar una nación en otra nación o en un estado plurinacional; se trata de encajar una realidad compleja en otra no menos plural, respetando a las mayorías y a las minorías de ambas.

Aquí se encuentra el error de la, por otra parte lúcida y realista serie de tres artículos de Juan-José López Burniol cuya tercera parte publica hoy "La Vanguardia". Habla de Cataluña como si fuese una realidad monolítica y, en consecuencia, plantea la relación como un enfrentamiento de dos países, olvidando esa parte de la población catalana que participa de ambos y que los nacionalistas (y López Burniol es un nacionalista) pretenderían forzar a elegir entre convertirse al catalanismo o volver a la tierra de sus mayores.

Hasta ahora, el PSC ha contribuido a silenciar a esta parte de la población y a incorporarla a la Cataluña nacionalista. Esta política ha tenido un éxito indudable, aunque aún está lejos de lograr una Cataluña homogéneamente catalanoparlante y nacionalista. Y, tal vez, el cambio de política de los socialistas catalanes suponga que este grupo se convierta en el nexo de unión entre España y Cataluña. Aunque ello les pese a los nacionalistas, empeñados en crear una nación químicamente pura.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La Diada

El artículo del Director de "La Vanguardia" en la fiesta nacional del 11 de septiembre resulta tan obvio que parece mentira que lo escriba el Director de uno de los diarios más importantes de Cataluña en fecha tan señalada. Y, sin embargo, él ha considerado necesario escribirlo y tenemos que reconocer que es un acierto, que era necesario. Dice, sencillamente, que la prioridad de Cataluña, hoy, es crear trabajo para los 555.894 parados censados a 31 de agosto.

Más concretamente, el Sr. Antich dice que Esa es hoy nuestra primera reivindicación nacional. No sé si ésa es su intención, pero a mi me parece que está diciendo a los políticos que menos reivindicaciones identitarias y más "anar per feina". Que la acción de gobierno debe dirigirse a resolver los problemas que, de verdad, preocupan a los ciudadanos de Cataluña, no a perseguir una entelequia.

En este sentido, quisiera comentar la propuesta estrella de quien, según las encuestas, será el próximo Presidente de la Generalitat, Artur Mas: el concierto económico.

El Sr. Mas ya propuso el concierto durante la preparación de la reforma del Estatuto de Autonomía y, si no recuerdo mal, no se incluyó en el texto votado por el Parlamento de Cataluña. Se consideró una propuesta demasiado ambiciosa, inalcanzable en las circunstancias existentes en ese momento. Pero ahora, que una propuesta menos ambiciosa ha sido cercenada, primero por el acuerdo suscrito por el propio Sr. Mas y el Presidente del Gobierno español y después por el Tribunal Constitucional, nos lo propone como la próxima exigencia irrenunciable.

O bien el Sr. Mas considera que la consecución del actual Estatuto ha sido un éxito y, por tanto, hay que proponerse metas más ambiciosas, como los deportistas buscan mejorar sus records, o bien nos pretende engañar como si fuéramos tontos. Y creo que la segunda es la alternativa correcta.

Lo que nos dice el líder nacionalista es que Cataluña no puede funcionar si no consigue primero algo que no tiene. Y que, por tanto, no le podemos exigir resultados tangibles. Lo que hace es preparar una coartada para su propio fracaso, de forma que no le afecte electoralmente: si se crea empleo, bien; si no, la culpa no es suya, sino de Madrid.

Cuidado, es otra versión de la política del tripartito, sobre todo en su primera edición. La aventura estatutaria fue un intento de lograr un gran triunfo virtual que sustituyese a los avances reales, mucho más problemáticos. No hace falta mejorar el empleo, la competitividad, la educación, la sanidad... Basta con avanzar en el autogobierno porque, como éste es la panacea, contiene en sí todas las mejoras posibles, diga lo que diga la realidad. Y, si no se logra, hay un tercero al que echar la culpa, tanto de impedir los avances en el autogobierno como de cualquier otro error ó ineficiencia del Gobierno.

Lo que calculan nuestros políticos es que, si un día Cataluña accede a la independencia y se quedan sin coartada, ya buscarán nuevas excusas. O, mejor, que ya las buscarán sus sucesores. El que venga detrás que arree, que lo que importa es sólo la próxima encuesta, las próximas elecciones. Mientras tanto, ellos no tienen que preocuparse de gobernar bien porque, hagan lo que hagan, la culpa es de Madrid.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Fusión

Interesante artículo el que hoy publica Antoni Puigverd en "La Vanguardia" bajo el título "¿White trash? Cuidado con el fuego". En él señala que el PSC ha fracasado tanto en articular la relación entre Cataluña y España mediante un modelo federal como en lograr la síntesis o fusión de las comunidades catalanoparlante y castellanoparlante en un solo pueblo.

Comenta Puigverd el conocido incremento de la abstención en las elecciones autonómicas de los castellanoparlantes que votan PSOE en las generales, que niega que obedezca a una oposición a la línea oficial del PSC. Y añade que tampoco CiU ha logrado entrar en los barrios y ciudades del cinturón barcelonés.

Por fin, advierte el riesgo que representa la frase de un escritor nacionalista, que no nombra, que niega la posibilidad de que Cataluña se fraccione en dos comunidades, por cuanto los castellanoparlantes del cinturón industrial (los "xarnegos", aunque puede que "La Vanguardia" me censure el blog por usar un término políticamente incorrecto) son "white trash", basura blanca.

Es incoherente temer la ruptura de Cataluña cuando no se ha logrado unificarla. Tiene razón el Sr. Puigverd cuando dice que los castellanohablantes no se implican. Podría decir, mejor, que dan la espalda a la política catalana. Y lo hacen porque la sienten ajena. La acción política de la Generalitat, tanto cuando gobernaban los nacionalistas de CiU como bajo los nacionalistas del tripartito, tiene como objetivo principal crear la Cataluña que desean los nacionalistas. Una Cataluña de lengua catalana que corte sus vínculos emocionales, culturales, de solidaridad, con España. Una Cataluña en que los castellanoparlantes sean, y se sientan, extranjeros.

Por ello, los "xarnegos" sienten que el Gobierno que puede trabajar a su favor no es la Generalitat, sino el Gobierno español, el de Madrid. De ahí que se abstengan en las elecciones autonómicas. Quizá esta percepción sea errónea, pero basta leer los titulares de prensa: las noticias que ponen de manifiesto diferencias con otras Comunidades Autónomas, es decir, que resaltan la autonomía catalana, siempre se refieren a la identidad y, desde luego, en el sentido catalanista y antiespañol. Rara vez hay una singularidad catalana en el ámbito social, que justifique un interés de este sector de la sociedad catalana por la acción del que debería ser también su Gobierno.

Otro diario recoge hoy un artículo que, sin ambages, sostiene que el catalán debe ser el ascensor social en Cataluña. Ello implica que hay una clara diferencia de clases, la superior, catalanoparlante, y la inferior, castellanoparlante, y que así debe continuar, si bien se ha de permitir a los castellanoparlantes que abandonen su lengua y raíces (que se arrepientan) incorporarse a la clase superior (se olvida de señalar que, además, tendrá que lograr el éxito económico, que no depende sólo de la lengua).

Si quieren una prueba más, ahí está José Montilla: sí, un "xarnego" en la presidencia de la Generalitat, pero un "xarnego penedit". ¿Alguien recuerda haber oído a Montilla hablar en castellano, como presidente, dentro de Cataluña? Si el que debería ser el presidente de todos los catalanes, el líder del partido que se supone que quiere representar los intereses de esos castellanoparlantes del cinturón industrial no les habla en su lengua (salvo quizá en campaña electoral), ¿cómo quiere que le entiendan, que confíen en él y en su programa?

"White trash" no, "xarnegos". Ésta es la categoría clave en la política catalana. Mientras los "xarnegos" sigan pensando que la política de la Generalitat no les afecta, los nacionalistas podrán seguir soñando con su Cataluña ideal, mitad medieval mitad del siglo XXI. Pero el día que se den cuenta de que pagan la construcción de una Cataluña a la medida de los de siempre, se pondrá de manifiesto que, ni se ha logrado la fusión, ni se ha pretendido lograr nunca. Lo que se ha buscado es la perpetuación del "statu quo".