sábado, 18 de septiembre de 2010

Los olvidados

Al parecer, el PSC está cambiando su orientación, enfriando su entusiasmo catalanista. Así lo muestran las declaraciones de José Montilla contra el independentismo o la separación de Ciutadans pel canvi. No hay que decir que este cambio es valorado negativamente por muchos comentaristas. Así lo hace hoy, en "La Vanguardia", Pilar Rahola.

Por supuesto, a los nacionalistas no les puede parecer bien que uno de los grandes partidos catalanes escape de la disciplina nacionalista, en la que hasta ahora ha permanecido. Hablo de ese dogma indiscutible según el cual Cataluña es una nación y todos sus problemas vienen de España, por lo que cualquier incremento del autogobierno es, automáticamente, beneficioso. Este dogma era defendido, dentro del PSC, por el sector nacionalista representado por Ciutadans pel canvi y aceptado por el partido por intereses electorales y de gobierno: la aceptación del dogma permitió la formación del tripartito y determinó las líneas maestras de la política del mismo, en particular el nefasto proceso de reforma estatutaria. También fue la causa de los problemas del PSC, que ahora prevé una pérdida de votos y el pase a la oposición.

Pero tal vez los socialistas catalanes hayan recordado algo que el nacionalismo siempre ha tratado de ocultar y olvidar: la realidad social de Cataluña. Una parte muy importante de la población catalana, tal vez la mayoría, proviene de otras partes de España o son hijos o nietos, por una línea o por ambas, de inmigrantes. Gentes que mantienen vínculos culturales y emocionales con España, sin dejar por ello de tenerlos con la tierra en la que viven y con la cultura y las tradiciones de las gentes cuyos antepasados la habitaban.

Estas personas son ciudadanos de Cataluña con plenos derechos, porque han contribuido y contribuyen a construir este país (pero la Cataluña real de hoy, no la fantasía, en parte historicista y en parte futurista, de los nacionalistas). Y son los votantes naturales del partido socialista. He escrito bien, del partido socialista, porque son quienes en las elecciones generales desean votar PSOE y votan PSC porque creen que es el PSOE en Cataluña.

Tal vez el PSC ha recordado a su electorado y pretende defender sus intereses, a fin de evitar perderlo en la abstención. Y así quizá se resuelva la paradoja de que, siendo el castellano la lengua más hablada en Cataluña, los partidos y los políticos catalanes sean abrumadoramente nacionalistas y, en mayor o menor medida, antiespañoles.

Esta pluralidad de Cataluña, que el nacionalismo ha tratado de ocultar o negar en sus manifestaciones, al tiempo que procuraba eliminarla con su política (basta ver la educación, los medios de comunicación, la política cultural), dentro del proceso denominado "construcción nacional de Cataluña" debe forzosamente ser tenida en cuenta en cualquier proyecto que pretenda resolver el encaje de Cataluña en España. No se trata, como muchos afirman, de encajar una nación en otra nación o en un estado plurinacional; se trata de encajar una realidad compleja en otra no menos plural, respetando a las mayorías y a las minorías de ambas.

Aquí se encuentra el error de la, por otra parte lúcida y realista serie de tres artículos de Juan-José López Burniol cuya tercera parte publica hoy "La Vanguardia". Habla de Cataluña como si fuese una realidad monolítica y, en consecuencia, plantea la relación como un enfrentamiento de dos países, olvidando esa parte de la población catalana que participa de ambos y que los nacionalistas (y López Burniol es un nacionalista) pretenderían forzar a elegir entre convertirse al catalanismo o volver a la tierra de sus mayores.

Hasta ahora, el PSC ha contribuido a silenciar a esta parte de la población y a incorporarla a la Cataluña nacionalista. Esta política ha tenido un éxito indudable, aunque aún está lejos de lograr una Cataluña homogéneamente catalanoparlante y nacionalista. Y, tal vez, el cambio de política de los socialistas catalanes suponga que este grupo se convierta en el nexo de unión entre España y Cataluña. Aunque ello les pese a los nacionalistas, empeñados en crear una nación químicamente pura.

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