domingo, 31 de agosto de 2008

Castellano

Esta semana, creo que el lunes, La Vanguardia recogía un artículo que afirmaba que el castellano no corre peligro alguno en Cataluña y que nadie pretende erradicarlo del territorio catalán. Es cierto que el castellano goza, en Cataluña, ahora mismo de buena salud, pero ¿nadie pretende erradicarlo?

El dogma nacionalista sostiene que Cataluña es una nación distinta de España, como consecuencia de un hecho diferencial que no se define, pero es claramente de carácter cultural y fundamentalmente lingüístico; por ello, Cataluña tendría derecho a su autodeterminación.

Según las estadísticas de la Generalitat, en Cataluña hay un 48% de catalanoparlantes, un 43% de castellanoparlantes y un 9% de hablantes de otras lenguas. Falta, pues, la homogeneidad que implica el concepto mismo de nación. Por tanto, los nacionalistas se proponen la construcción nacional de Cataluña, es decir, la consecución de esa homogeneidad. Ésta, lógicamente, sólo puede consistir en la extensión del número de catalanoparlantes, a costa, obviamente, de reducir el número de castellanoparlantes.

A ello responde, evidentemente, la política lingüística de la Generalitat: utilización exclusiva del catalán, salvo en las relaciones con el resto de España (de España, en la terminología nacionalista); enseñanza exclusiva en catalán, sin excepciones; preocupación por el uso del castellano en el recreo de los colegios; impulso de la utilización del catalán en todos los ámbitos, más allá de garantizar el derecho de los catalanoparlantes; sanciones a quienes no rotulen los establecimientos en catalán, etc.

En conclusión, resulta claro que el nacionalismo pretende eliminar la utilización del castellano en el territorio catalán, en la medida en que ello sea posible y que a ello se aplican los poderes públicos catalanes. Se trata, simplemente de un modelo de convivencia, en el campo lingüístico, de un proyecto sostenido por una parte importante de la sociedad catalana y no hay razón alguna para negarlo u ocultarlo. Si ha de tener éxito o no, el tiempo lo dirá.

Depresión

En el Magazine (31/08/2008), Ana José González López compara la tragedia de las niñas forzadas a prostituirse en Asia con su propia enfermedad, que califica como psicosis depresiva, calificándose de afortunada. Ciertamente, es espantoso el destino de esas niñas pero, ¿por qué menospreciar la enfermedad depresiva?

¿Ignora la Sra. González que existe un riesgo real de suicidio entre quienes padecen una depresión grave? Paradójicamente, esta postura de supuesta resignación cristiana refleja la convicción de que sólo los bienes materiales y la salud física tienen importancia. El resultado es la tendencia a culpabilizar a quien padece un trastorno mental, imputándole la responsabilidad de su propio sufrimiento, lo que constituye un padecimiento añadido para este enfermo, que no sólo se siente incomprendido, sino que ve negada su enfermedad.

Hagamos, con nuestros bienes materiales, lo que podamos por erradicar la prostitución infantil, pero no neguemos el dolor de quienes padecen trastornos de la mente sólo porque no podamos ver la causa de su sufrimiento.