lunes, 5 de enero de 2009

Autonomías

Toni Soler. LA VANGUARDIA 04/01/2009 Pag. 19
¿CAFÉ PARA NADIE?

ENCUESTAS. Se comenta con cierto
asombro el buen resultado que los sondeos
pronostican para Unión Progreso
y Democracia (UPyD), pero si uno asoma
la nariz por cierta prensa madrileña
se dará cuenta de que el partido de Rosa
Díez cabalga a lomos de una nueva
campaña patriótica, que tiene por objeto
denunciar el chantaje nacionalista, el
entreguismo del PSOE y la apatía de Mariano
Rajoy. El objetivo de esta campaña,
por supuesto, no es encumbraraRosa
Díez, sino hundir a Rajoy para que
vuelva el aznarismo, encarnado por Esperanza
Aguirre. Un aznarismo de verdad,
el de la mayoría absoluta, no el aznarismo
light acordado con CiU y PNV.
Para que eso ocurra, hay que conseguir
que los partidos nacionalistas dejen de
ser decisivos, cambiando la ley electoral,
o colgándolos de algún sitio, como
diría Fraga. Una vez conseguido esto, el
PP en el gobierno debería liderar la paralización
(o el desmantelamiento) del
Estado de las autonomías, ese pozo sin
fondo que sólo sirve para destruir España,
encumbrar a califas y reyezuelos, y
malgastar los caudales públicos. Esta es
la tesis, la misma que inspiró la Loapa
tras el 23-F. De momento, ni ZP ni Rajoy
la compran, porque no les gusta, o
porque creen que más pronto que tarde
necesitarán a CiU para gobernar.
FEDERALISMO. Cuando se habla entre risitas
de las embajadas de Carod, los extras
del coche de Benach o de las subvenciones
para el fomento del catalán
en el Rosellón (curiosamente, Esquerra
está detrás en los tres casos), se está
transmitiendo el mensaje de que las autonomías
son una patochada cantonalista.
Pero tras esta caricatura subyace
una corriente de opinión mucho más
elaborada, que considera que la generalización
del modelo impuesto por el Estatuto
catalán lleva directamente al desastre.
Lo cual podría ser cierto, ya se está
viendo estos días, con la discusión del
modelo financiero, llevado a cabo a través
de un bosque de relaciones bilaterales.
El único principio inmutable es la
igualdad entre autonomías (excepto las
forales, claro), lo cual es erróneo, injusto
e irreal. ¿De quién es la culpa? Pues
en gran parte, de los federalistas catalanes,
desde Pi i Margall hasta P. Maragall,
que han pretendido superar la dialéctica
entre nacionalismos y arreglar
España a base de extender y fotocopiar
el problema catalán, imponiendo un esquema
autonómico que en España nadie
pedía, y que Catalunya, por supuesto,
pone eternamente en cuestión, para
desespero de la gran mayoría de la población
española, que estaba la mar de
bien con sus diputaciones y sus gobernadores
civiles. Todo esto es lo que da
aliento al partido de Rosa Díez.
PATOLOGÍA. La España autonómica es
un galimatías, tiene una superestructura
hinchada, un empacho de altos cargos,
símbolos, leyes y singularidades
multiplicadas por 17. Catalunya se lleva
todos los palos porque exige y exige, pero
todo lo que consigue para sí, lo obtienen
gratis las demás, que ni siquiera lo
pedían. Lo cual acerca España al caos,
pero sin contentaraCatalunya, pues Catalunya
no quiere sólo recursos y competencias
para gobernarse: también
quiere ser diferente, quiere ser un sujeto
político, como le ocurre a cualquier
nación que se precie. He aquí lo que España
considera intolerable. O sea, que
lo que ocurre es culpa suya: el patriotismo
español prefiere poner en jaque la
estructura del Estado, antes que aceptar
la singularidad catalana, como en su
momento aceptó la singularidad vasca.
Es un comportamiento absurdo y patológico,
que esconde una mezcla de miedo,
complejos y autoritarismo. Si yo quisiera
arreglar España, creo que empezaría
por ahí.
Toni Soler viene a afirmar que las autonomías son innecesarias y negativas, salvo en el caso de Cataluña, porque Cataluña es una nación. Por ello debe ver reconocida su singularidad mediante un régimen especial dentro del Estado español.
Ahora bien, Cataluña no es una nación. Si bien no hay acuerdo acerca del concepto de nación, ha de tratarse de un grupo social al que una característica determinada hace homogéneo en el interior y lo diferencia hacia el exterior, de los restantes grupos. Por supuesto, la diferencia ha de tener una determinada entidad y, quizá, una determinada naturaleza. En el caso catalán, el denominado "hecho diferencial" es de carácter cultural y, básicamente, lingüístico.
Pues bien, según la página web de la Generalitat, en Cataluña hay un 48% de catalanoparlantes, un 43% de castellanoparlantes y un 9% de otros. Es decir, más de la mitad de la población no participa del hecho diferencial. Es evidente que Cataluña no puede ser una nación.
No vale echar mano de la historia y afirmar que Cataluña es una nación porque lo fue una vez, hace siglos. Primero, porque los muertos no pueden prevalecer sobre los vivos. Y segundo, porque se trataría de un período histórico elegido por un determinado grupo en función de sus intereses.
Los correligionarios del Sr. Soler, los nacionalistas de todos los partidos, pretenden, precisamente, crear esa nación catalana que, hoy por hoy, no existe, generando esa homogeneidad interior y esa diferencia frente al exterior cuya ausencia excluye que Cataluña sea una nación. De ahí su interés en ver reconocida la diferencia: si se reconoce a Cataluña un régimen diferenciado, se está estableciendo efectivamente una diferencia real, que podrá sustituir al aún insuficiente hecho diferencial o añadirse a él.
La autonomía, el autogobierno, supone la capacidad de decidir, y esa capacidad la tienen las instituciones catalanas en una amplia medida, tanto con el Estatuto actual como con el anterior. El uso de esa capacidad, para realizar una política propia debería ser la principal prioridad de esas instituciones (y la obtención de una financiación adecuada el presupuesto de su ejercicio). Pero, en lugar de esa política propia, adecuada a las diferencias reales, la primera preocupación de nuestros políticos es obtener el reconocimiento de una diferencia de la que ellos mismos dudan. La pretensión de que los otros la reconozcan es la mejor prueba de su inseguridad.

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