martes, 24 de noviembre de 2009

Cataluña, ¿una nación?

Un lector llamado Xavier Botet defiende en una carta a "La Vanguardia" que Cataluña es una nación.

Cita, para aclarar el concepto de nación, la definición del diccionario de la Real Academia Española, cuya tercera acepción dice así: Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

La encuesta de usos lingüísticos del Idescat (Instituto de Estadística de Cataluña, dependiente de la Generalidad) nos dice que hablan catalán el 37 % de los habitantes de Cataluña; castellano, el 46 % y ambas lenguas indistintamente, el 12 %; el resto, hablan diversas lenguas (los datos son aproximadamente los mismos para lengua habitual y lengua de identificación; para la lengua inicial, la población de habla catalana desciende al 31% y la de lengua castellana asciende al 55%).

Es evidente que, según la definición que asume el Sr. Botet, Cataluña no es una nación, ya que su población habla dos lenguas diferentes y, mayoritariamente, se decanta por aquélla que comparte con otras zonas del Estado (si asignamos el 12% de bilingües por mitades a los grupos de hablantes de catalán y de castellano, éstos superan el 50 % de la población).

Pero el Sr. Botet y los que piensan como él pueden afirmar que sólo forman Cataluña los catalanoparlantes; que los castellanoparlantes, los charnegos, somos y seremos siempre extranjeros, salvo que renunciemos a nuestra lengua y adoptemos la suya. Le acepto el argumento, siempre que no extraiga consecuencias políticas de ese carácter de nación de los catalanoparlantes: imponer cualquier medida ignorando a la mayoría de la población resulta totalmente antidemocrático.

Aun cabe un tercer planteamiento, y el Sr. Botet lo menciona de pasada en su carta. Cataluña sería una nación porque históricamente sus habitantes compartían una lengua y una cultura, pese a que en la actualidad no sea así. Esta solución es, como la anterior, antidemocrática, ya que atribuiría a los muertos más derechos que a los vivos para configurar la sociedad en la que, por definición, sólo estos últimos han de vivir.

Pero, además, si los habitantes de la Cataluña del siglo XXI están vinculados por lo que sucedió en, pongamos, el siglo XVII, o el siglo XII, ¿por qué no pasaría lo mismo con éstos? Antes que el catalán, en esta zona geográfica se habló el latín, y antes las lenguas ibéricas, que hoy se desconocen. ¿Por qué los habitantes de la Cataluña del siglo X tendrían derecho a abandonar la lengua de sus ancestros y los del siglo XXI no?

Por tanto, creo que lo mejor es olvidar el concepto de nación como fundamento de la organización política. Los ciudadanos que hoy vivimos en Cataluña hemos de construir una sociedad y unas instituciones en las que quepamos todos, democráticamente y sin imposiciones basadas, en el fondo, no en la realidad (la estadística citada es concluyente), sino en los sentimientos (los nacionalistas pretenden, en último término, justificar la imposición de una sociedad que satisfaga sus sentimientos, prescindiendo de los sentimientos de los otros).

¿Y España? Pues, lo mismo. No construyamos desde los sentimientos de unos, imponiéndolos a los demás. Tratemos de hacer un país en que todos podamos vivir, atendiendo a la realidad, no a los sueños. Y, si realmente existe un deseo colectivo, mayoritario,de independiencia, real, no soñado, planteémoslo sensatamente. Pero nunca olvidemos la realidad, sustituyéndola por nuestros deseos.

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