domingo, 22 de marzo de 2009

Preservativo

Benedicto XVI ha reiterado en África la oposición de la Iglesia católica al uso del preservativo, afirmando que no sólo no es un medio adecuado para la lucha contra el sida, sino que agrava el riesgo de la enfermedad. Naturalmente, ha generado un alud de críticas (http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090322/53665580230.html).

Resulta lógico que el Papa aconseje la abstinencia sexual, ya que es su doctrina de siempre. Pero se entiende menos que se obstine en condenar el preservativo que, en definitiva, es un elemento material, no espiritual. El acto con trascendencia moral es el tener relaciones sexuales; el preservativo, a estos efectos, es una mera circunstancia.

La Iglesia católica no espera que el ser humano evite siempre las acciones que califica como pecados; de ahí que reconozca el sacramento de la Penitencia, que sirve para reconciliar al hombre con Dios, hasta el próximo pecado. Jesús ordena a Pedro perdonar a su hermano hasta setenta veces siete (Mt. 18., 22), lo que evidencia que ya esperaba que volviese a pecar.

En todos los pecados, la Iglesia cuenta con la debilidad humana, que lleva al hombre a caer una y otra vez, y le insta a levantarse. Pero, en materia sexual, su doctrina cambia. Aquí no puede haber debilidad alguna. No se pide al ser humano que se vuelva a levantar, sino que se le exige que no peque en absoluto: sólo la abstinencia absoluta evita realmente el sida. Contra la evidencia: los tristes casos de curas pederastas ponen de manifiesto la dificultad de vencer el impulso natural más fuerte que hay en todos los seres vivos.

No es tampoco un pecado más grave que los demás: la pena que implica es la misma que cualquier otro pecado mortal, ya sea la blasfemia o el genocidio. En todos los casos, la pena es la condenación eterna, un dolor infinito.

Sería, pues, lógico, que la Iglesia guardase un prudente silencio acerca del preservativo, aceptando al menos que su uso puede evitar la propagación de la enfermedad, ya que la abstinencia sexual absoluta es una quimera. Si el contagio puede producirse en una única relación, el uso del preservativo es un acto de responsabilidad, hacia uno mismo, hacia el otro y hacia todos, tanto en quien cede al instinto por una sola vez como en quien tiene una sexualidad promiscua.

¿Por qué, pues, tanta oposición al preservativo? Sólo se me ocurre la siguiente explicación: porque libera del miedo, y el miedo es el instrumento evangelizador por excelencia de la Iglesia católica. Miedo al infierno, miedo a la Inquisición, miedo al qué dirán, miedo a la autoridad o, en este caso, miedo a la enfermedad. La Iglesia no consigue ilusionar con su mensaje, tal vez ya ni lo intenta. Por éso busca que el miedo consiga lo que su predicación no obtiene.

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