sábado, 14 de marzo de 2009

Hikikomori

Leyendo en el Magazine el artículo sobre las hikikomori (http://www.magazinedigital.com/reportaje/cnt_id/2909 ) se me ocurrió buscar algún paralelismo en la sociedad occidental. Se trata de esos jóvenes que se encierran en su habitación y no quieren ver a nadie, ni siquiera a sus familiares más cercanos. Dicen que puede ser la reacción de quien se siente sobrepasado por las exigencias de la sociedad japonesa, enormemente competitiva y perfeccionista, con déficit de comunicación.

Y, finalmente, encontré lo que puede haber constituido un equivalente en nuestra sociedad, mucho más frecuentado en el pasado que en la actualidad, pero aún existente: los monasterios. La vida monástica puede suponer un refugio atractivo para quien se siente incapaz de desenvolverse en el mundo exterior. Y puede ser una fuente de seguridad: desde el día en que entra en el monasterio, una persona sabe lo que va a hacer el resto de sus días (al menos una vez ha superado el noviciado). La regla prescribe prácticamente todas sus acciones y la liturgia determina las pocas variaciones que experimentará. Además, no tendrá que decidir, pues las decisiones necesarias las toma el superior; el monje o la monja es, en cierto modo, irresponsable.

Por supuesto, me estoy refiriendo a las órdenes más contemplativas; los cartujos o las órdenes femeninas de clausura pueden ser los ejemplos más claros. Otras órdenes, dedicadas a la enseñanza, cuidado de enfermos o a las misiones presentan las anteriores características en mucha menor medida. Aunque normalmente también suponen una regla de vida y una irresponsabilidad: el religioso no tiene que decidir qué hace, con quién se relaciona, cómo se gana la vida; puede limitarse a obedecer y, así, logra no sólo la aceptación de su grupo, sino también la salvación eterna.

No pretendo afirmar que éste sea el motivo único de las vocaciones religiosas ni, mucho menos, que el objeto de la vida monástica sea facilitar una salida a estas personas. Sólo digo que puede haber tenido parte en algunas vocaciones, junto con la fe y, lo que también es importante, con la aprobación social que, durante mucho tiempo ha acompañado a la religión. A diferencia de los hikikomori, que constituyen un oprobio para sus familias, un religioso o religiosa se consideraban automáticamente merecedores de respeto.

Actualmente se produce lo que la Iglesia denomina "crisis de vocaciones". Pero también una relajación de la exigencia social: una persona puede negarse a entrar en la competencia por el éxito y en la sociedad de consumo, o resultar un competidor débil y, pese a ello, no ser rechazada por el conjunto de la sociedad (aunque lo sea por ciertos grupos). ¿Estarán vinculados ambos fenómenos?

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