lunes, 9 de marzo de 2009

Nacionalismo ¿periférico?

Enric Juliana habla hoy, 9 de marzo, en La Vanguardia (http://www.lavanguardia.es/politica/noticias/20090309/53655822783/baja-el-nacionalismo-periferico.html) de la disminución del éxito de los partidos nacionalistas en las últimas elecciones. Pero la expresión que usa es "nacionalismo periférico".

Esta expresión pretende contraponer los nacionalismos periféricos al nacionalismo español, central o centralista, a fin de llegar a la conclusión de que todo el mundo es nacionalista. Naturalmente, si todos somos nacionalistas hay que escoger a qué nación pertenece cada cual. Y, además, si se acepta esa premisa, la consecuencia lógica es reconocer a los demás lo que el propio nacionalismo tiene: en definitiva, aceptar la independencia de Cataluña (y de Euskadi).

Esta argumentación está viciada en su origen, porque es posible que todos, o la mayoría, tengamos un sentimiento de pertenencia a un grupo, a una comunidad. Pero no todos hacemos de ese sentimiento la base de la organización política.

Los nacionalistas elevan ese sentimiento a verdad absoluta: en el caso del nacionalismo catalán, Catalunya és una nació. A partir de aquí, construyen su ideología, prescindiendo de la realidad e, incluso, de los votos, ya que la verdad no puede ser negada ni aun por las urnas. En el caso extremo, pueden llegar a la violencia, ya que la mentira no tiene derechos (hablo de ETA, pero también de Terra Lliure).

Sentada la verdad fundamental del nacionalismo, la consecuencia es que, aunque no esté escrito en ninguna parte, una nación tiene derecho a autogobernarse. Básciamente, tiene derecho a la autodeterminación, lo que se da por sentado que equivale a la independencia, ya que aceptar que un referendum arrojase otro resultado sería contrario al dogma fundamental.

Las formaciones políticas que representan el "nacionalismo centralista" o español consideran que España es una nación. Sin embargo, no construyen su ideología partiendo de esta creencia, tal vez porque no necesitan independizarse de nadie. O, tal vez, porque no precisan crear la nación en que afirman creer.

En efecto, el nacionalismo consiste, esencialmente, en el proyecto de hacer realidad la nación, que sólo existe en la fantasía de los nacionalistas. En el caso catalán, según datos de la Generalitat, hay en Cataluña un 48 % de catalanoparlantes, un 43% de castellanoparlantes y un 9% de hablantes de otras lenguas. Es decir, más de la mitad de la población (52 %) no participa del hecho diferencial que constituye el fundamento de la nación catalana. En España, los no castellanoparlantes ascienden a unos 10 millones, sobre un total de 44 millones, es decir, alrededor de una cuarta parte. Estadísticamente, tiene más motivos España para considerarse una nación que Cataluña. Pero las estadísticas se refieren a la realidad y el nacionalismo trata de sentimientos.

Sentimientos que, por definición, no pueden ser expuestos sino muy imperfectamente, dada su naturaleza esencialmente subjetiva. Incluso el objeto de estos sentimientos, la nación, es una construcción subjetiva (las estadísticas anteriores lo demuestran), de forma que no tiene que coincidir en dos nacionalistas de la misma nación. Cada uno forma su idea a partir de su propia experiencia, que nunca es completa (nadie conoce todos los pueblos, todas las gentes de Cataluña, de España...). Y, además, cada cual selecciona en su experiencia los aspectos que incorpora a su nación, valorando unos más que otros y eliminando aquéllos que le disgustan.

Por ello el nacionalismo no es un esquema adecuado para organizar la vida política. Parte de una mentira, se basa en los sentimientos y, por tanto, sólo puede conducir a la confrontación. Es posible y conveniente que la participación en la política se fundamente en bases más reales, como las ideas (intelecto frente a sentimiento) o los intereses. Puede haber personas y partidos no nacionalistas, y es bueno que los haya; es más, es bueno que desaparezcan los nacionalismos, sin perjuicio de que cada cual tenga los sentimientos que mejor le parezcan.

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