sábado, 19 de enero de 2013

Corrupción

En "La Vanguardia" de hoy aparecen, entre otros espacios que dan cuenta de la corrupción reinante, dos artículos, de Francesc de Carreras y Fernando Ónega hablando de ética y de la necesidad de recuperarla (Emergencia ética. Días desoladores para la ética).

Ciertamente, la corrupción de los políticos tiene mucho que ver con la pérdida de valores y con el descrédito de la moral y de la ética. Pero, por una parte, no se trata sólo de la pérdida de valores por parte de los políticos, sino de toda la sociedad, al menos la española (probablemente lo propio sucede en otras partes y, como prueba, basta con ver el éxito de Berlusconi). Por otra, creo que lo que sucede es, en buena parte, el producto de características propias de nuestro país (o, quizá, de las sociedades mediterráneas...o también de otras).

Estoy hablando del personalismo de nuestra sociedad y de nuestra economía, en que tienen un papel preponderante las relaciones personales, lo que se manifiesta en una tupida red de favores mutuos y en una división de la sociedad en dos clases: quienes tienen relaciones y, por tanto, pueden pedir favores porque los van a devolver, y el resto. 

¿Pruebas? La larga lista de consejos de Administración en que figuraba el prócer catalán por antonomasia, Félix Millet, que era imposible que atendiese a todos. El propio Millet dijo que la sociedad barcelonesa, o quizá catalana, estaba regida por cien familias, cuatrocientas personas, que se conocían, estaban emparentadas entre sí y se encontraban en todas partes. O el fulgurante ascenso del príncipe de CDC, Oriol Pujol, que nadie, y menos en su partido, duda de que se debe al influjo de su padre, Jordi Pujol.

¿Más pruebas? ¿A qué se debe, si no, el interés de las empresas por contratar a ex-políticos que, en principio, nunca han desarrollado funciones en la empresa privada y que no presentan conocimientos relacionados con el sector en que deben desempeñar sus servicios? Basta mencionar a David Madí o a Esperanza Aguirre, sin olvidar a José María Aznar, Felipe González, Josep Piqué, Macià Alavedra o Ángel Acebes.

Esto sucede porque los españoles somos muy conscientes del poder de los contactos y no nos avergonzamos de buscarlos y usarlos, cada uno en su nivel. Enchufes, influencias, nepotismo...en las actuales circunstancias se nos dice que una de las principales vías para encontrar empleos son los contactos, lo que significa que una recomendación vale más que la experiencia de toda una carrera. 

En este sentido se puede citar también otro artículo de opinión de "La Vanguardia, del notario Juan- José López Burniol (Las castas acampadas sobre el Estado), que parte de un caso similar a los anteriores, pero especialmente singular: Rodrigo Rato, expresidente de Bankia, que ha encontrado un nuevo comedero, pese al desastre de la entidad por él presidida y a la tremenda crisis, prueba indudable de lo erróneo de la política que aplicó siendo vicepresidente económico del Gobierno. ¿Quién le daría otra oportunidad, atendiendo únicamente a sus resultados?

Por lo demás, de Carreras manifiesta una clara ingenuidad cuando afirma que Si los partidos quieren recuperar el crédito perdido deben presentar un pacto de Estado que aborde las reformas necesarias para regenerar la vida política, hoy moralmente descalificada. Los partidos no pueden hacer algo frontalmente contrario a sus intereses, ya que la corrupción está en la base de su financiación y de ésta depende su éxito electoral y, por tanto, los medios de subsistencia de sus dirigentes. Además, es absurdo pensar que los corruptos, quienes han llevado al extremo un vicio de la sociedad española, puedan regenerar esa misma sociedad. 

Y este es el gran problema. ¿Cómo limpiar la sociedad española de favoritismos, enchufes, influencias y demás corruptelas? O, mejor, ¿quién puede liderar esta regeneración?¿quién tiene la autoridad moral para advertir y denunciar y la posición necesaria para hacerse oír por toda la sociedad, cuando los medios de comunicación están controlados por las élites políticas y económicas, por las castas de que habla López Burniol? Hay quien está limpio de pecado y puede arrojar la primera piedra, sin duda, pero es un ciudadano anónimo, que no tiene voz pública.

Y, aunque la tuviera, ¿qué podría hacer? ¿Crear un partido político que, inmediatamente, tendría que aceptar componendas con los ya existentes, buscar medios económicos para financiar sus campañas y crear unos cuadros que, como todos, tendrían que vivir y buscarían hacerlo lo mejor posible. ¿Podrían mantener su honestidad?

Sin embargo, alguien debe encontrar la solución. Si no es así, la situación degenerará en violencia y autoritarismo. Desgraciadamente, soy pesimista. 




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