sábado, 11 de diciembre de 2010

Los políticos

El Profesor Francesc de Carreras escribe, en "La Vanguardia" de hoy, acerca de la corrupción (y, no hace falta decirlo, no es partidario). No pienso, ni por asomo, defender la corrupción (yo tampoco soy partidario). Pero quisiera comentar un inciso de su artículo "La truculenta corrupción" (¿Soy demasiado suspicaz o el título remeda la fiesta religiosa de anteayer, la Inmaculada Concepción? Mal chiste, Sr. de Carreras).

Dice el artículo que, según un sondeo dado a conocer ayer, el 42,9 % de las persons que se dedican a la política lo hacen sólo para obtener poder e influencia y otro 21,7 % simplemente para enriquecerse. El autor califica estos datos como "alarmantes".

Y ¿qué esperaban, tanto los encuestados como el Sr. de Carreras? Con pocas (y felices) excepciones de vocaciones absolutamente absorbentes, la mayoría de los ciudadanos trabajamos para ganarnos la vida lo mejor que podemos. Participamos, de un modo u otro, en la producción y venta de bienes y servicios, a fin de obtener los medios con los que vivir y sacar adelante a nuestras familias de la mejor forma posible. Y, dentro de unos límites variables, procuramos optar por los empleos que nos ofrecen una mayor remuneración. No es extraño que los políticos hagan lo mismo.

Ahora bien, hay una diferencia. En cualquier empleo, sabemos que nuestra remuneración depende de lo que aportemos a la empresa o el cliente que nos paga. Si no trabajamos, si no hacemos aquéllo por lo que nos pagan, nos echarán a la calle o no tendremos clientes. ¿Pasa lo mismo con los políticos?

La lectura de los diarios nos demuestra que no. Que para un político en el gobierno, es más provechoso seguir una política nefasta, pero popular, para seguir en el cargo, que una política desagradable, pero positiva para el país. Que para un político en la oposición, el ataque al adversario es más rentable que la búsqueda del bien común, en términos de votos, que son los únicos que les importan, aunque ello dañe al país que pretenden gobernar.

Para un segundón, lo importante es cumplir la voluntad de quienes construyen las listas electorales. Los electores no tienen importancia para el aspirante a repetir como candidato; sólo la tienen para el director de campaña, encargado de convencer a los ciudadanos de que voten su lista.

Es decir, la forma de obtener y mantener el puesto, los ingresos y las expectativas, para los políticos no es cumplir con la voluntad de quienes, en definitiva, les pagamos para que trabajen en nuestro beneficio (a la vez que, en cuanto se ganan el sueldo, en el suyo propio). Trabajan exclusivamente para ellos mismos, para perpetuarse en el escaño y acceder al gobierno y a los puestos mejor retribuidos que les reporta o mantenerse en ellos. Y también para disponer de unos contactos y una información que el mercado está dispuesto a retribuir generosamente.

La culpa es suya, pero también nuestra. Porque les seguimos votando, aunque actúen en contra de nuestros intereses, por el temor, irracional o no, de que si vienen los otros será aún peor. Porque preferimos votar a los nuestros, aunque roben, que a los otros, pensando que no pueden ser honrados.

Y, también, porque en nuestro país, en general, en el mundo real y no el virtual de la política, el trabajo bien hecho no se valora y no se remunera. Todos sabemos que, para prosperar e, incluso, enriquecerse honradamente, la vía no es trabajar más y mejor que la competencia, sino disponer de enchufes, contactos, amigos o padrinos, en los poderes públicos y fuera de ellos. ¿Por qué iban a ser distintos los políticos?

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