sábado, 25 de diciembre de 2010

El católico Artur Mas

En "La Vanguardia" de hoy, Enric Juliana ("Aromas de Jansenio") defiende que, contra lo que han señalado otros comentaristas, la figura de Artur Mas emparenta más bien con el jansenismo que con el calvinismo. Se basa, esencialmente, en la efectiva influencia que la doctrina jansenista, de origen francés, tuvo en Cataluña y Valencia.

En cierto modo, no estoy de acuerdo con esta idea. El elemento diferencial del calvinismo, la predestinación, cuadra mucho mejor con el nacionalismo de Mas. Calvino afirma que quienes están predestinados a salvarse lo pondrán de manifiesto durante toda su vida, al observar una conducta moralmente irreprochable y tener, en consecuencia, la protección divina que les garantiza el éxito terrenal.

Es claro el carácter conservador de esta doctrina y su aplicación a un político nacionalista, que pretende el retorno de los viejos buenos tiempos en que los suyos, la burguesía mercantil catalana, dominaban todos los resortes del país (salvo los que, como el ejército, dependían de Madrid). La conexión entre el éxito económico y la moral tradicional tiene un reflejo perfecto en la ideología nacionalista, que aúna catalanismo y empresa privada, con el paraguas protector de la Generalitat y, todo ello, como resultado de la observancia de una ley inmutable y trascendente: la ley divina, en un caso, la realidad nacional de Cataluña, del otro.

Frente al calvinismo, que exige la demostración contínua de fe a lo largo de toda la vida del ser humano, el catolicismo admite la salvación por el arrepentimiento del último momento, tras una vida entera de pecado. Como se dice en Don Juan Tenorio, de Zorrilla: un punto de contrición da a un alma la salvación. La salvación, la gloria no es producto del trabajo paciente y constante de toda una vida, sino de un logro único, de un momento de genio o de lucidez. En "El condenado por desconfiado" de Tirso de Molina, el pecador endurecido se salva en el último momento, confundiendo a quien creyó que toda una vida de pecado no podía conducir sino a la condenación eterna.

Esta fue la moral del tripartito, y su fracaso. No una política tranquila de prudentes reformas que compensasen los desequilibrios de casi un cuarto de siglo de gobierno nacionalista, sino un logro deslumbrante que les asegurase el pase a la Historia (y la reelección indefinida, al desaparecer CiU): el nuevo Estatuto de Autonomía. Huelga repetir lo que sucedió y el magro beneficio electoral que, a la larga, han obtenido los partidos que lo formaban.

Pero Artur Mas ya ha anticipado que su religión es también este catolicismo, por demás tan español: la gran obra de su mandato ha de ser la obtención del régimen de concierto económico para Cataluña, algo muy superior a lo que pretendía, en materia económica, el Estatuto, que se vio recortado en este campo como en otros (de hecho, en la elaboración del Estatuto se planteó el concierto y se desechó por inalcanzable).

Me temo, pues, que tampoco esta vez Cataluña tendrá un gobierno dispuesto a aportar lo que Cataluña (y España) necesita: un trabajo, discreto y paciente, para resolver los graves problemas que tenemos planteados, confiando en que una mejoría, lenta pero constante, edificada sobre bases sólidas, garantice un éxito electoral que compense tal trabajo. Tendrá (y me gustaría equivocarme) un gobierno cortoplacista, que sólo atenderá al resultado de las próximas y contínuas elecciones y a beneficiar a quienes pueden influir en ellas: quienes aportan financiación, y la clientela, que aporta votos.

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