miércoles, 6 de enero de 2016

El sentimiento nacionalista

Los seres humanos, seres eminentemente sociales, tenemos habitualmente un sentimiento positivo respecto del país al que pertenecemos. Es, sin duda, una manifestación de autoestima y contribuye a cohesionar el grupo del que, en definitiva, dependemos.

Ahora bien, nadie, o casi nadie, conoce todos los lugares del país en que vive. Menos aún conoce a todas las personas que habitan dicho país. Por tanto, el objeto de ese sentimiento positivo no es el país real, sino una idealización del mismo, una construcción mental formada a partir de las experiencias personales, distintas para cada individuo. Además, en esta construcción interviene un proceso de selección: cada cual elige aquellos elementos que le parecen realmente constitutivos del país y rechaza los que no considera relevantes, partiendo de un criterio puramente subjetivo.

Se trata de un fenómeno similar al que sucede cuando nos enamoramos: no nos enamoramos de la persona real, sino que completamos lo que sabemos de dicha persona, a la que tal vez acabamos de conocer, atribuyéndole cualidades y virtudes que quizá no posee, o no posee en el grado que le atribuimos, completando un cuadro ideal que no se ajusta a la realidad.

Este objeto que, como imaginario, es estrictamente personal, es definido o enunciado de formas similares por diversas personas, mediante la enumeración de las principales características que cada uno le atribuye: lengua, origen étnico, religión, tradiciones y costumbres, historia…Se llega así a hablar de nación, como un grupo social con unas características comunes, que homogeneízan a quienes lo componen a la vez que les diferencian de los demás.
No obstante, como hemos visto, los elementos que estas diferentes personas consideran constitutivas de la nación, no tienen por qué darse en la realidad ni tienen por qué revestir la importancia que les atribuyen.  De igual manera, en la realidad pueden darse otras características que, por resultar desagradables o atribuírseles poca importancia, no son tenidas en cuenta como constitutivas de la nación. 

Así, los españoles de lengua castellana minusvaloran la importancia de las restantes lenguas de España y de sus hablantes, así como los sentimientos antiespañoles que un número relevante de ellos presentan. De forma análoga, los catalanistas infravaloran o, incluso, ignoran la población de Cataluña de lengua castellana, pese a que es estadísticamente mayoritaria. 

Sin embargo, este sentimiento compartido de amor al país, de pertenencia, no tiene, por si mismo, naturaleza política. La política exige el planteamiento de un objetivo a alcanzar y ser lo que ya se es no constituye un objetivo válido ni, sobre todo, atractivo, movilizador. Para que surja un movimiento, un partido político nacionalista es preciso que ese sentimiento se transforme en un objetivo que se pretenda alcanzar a través de la acción política.

El objetivo del nacionalismo político consiste en extender a todo el país las características que, para los seguidores de ese movimiento, son relevantes, lo definen. Ello implica que esas características no sean ya universales en el país, bien por la presencia de individuos de otros orígenes que no las comparten, bien porque las influencias externas han provocado que se perdiesen incluso entre los originarios de dicho país. No tiene ningún sentido, en cambio, un movimiento nacionalista que se proponga conservar lo que ya existe y no resulta amenazado. 

Así, pese a la preocupación del general De Gaulle por la “grandeur de la France” no formó un partido nacionalista francés. No hubiese tenido sentido en aquel momento, en que la identidad francesa no se sentía amenazada. En cambio, medio siglo después, como consecuencia de la inmigración ha surgido el Frente Nacional de Le Pen y ha crecido hasta ser una de las fuerzas políticas fundamentales del país. De igual manera, el orgulloso aislamiento británico no dio lugar a un partido nacionalista inglés (o británico), pero la inmigración si ha dado lugar a la aparición del UKIP.

En Irlanda, en cambio, la mayoría de la población no conoce o, al menos , no utiliza la lengua irlandesa, pero no como consecuencia de una inmigración masiva desde Inglaterra, sino porque la dominación de Gran Bretaña sobre el Eire favoreció que los irlandeses adoptasen la lengua de los ocupantes.

La voluntad de extender las características que se consideran definitorias de la nación es evidente en nuestro país. El nacionalismo catalán lo manifiesta claramente en una de sus expresiones preferidas: la construcción nacional de Cataluña. Sólo tiene sentido construir lo que aún no existe o, al menos, no está completo. Por tanto, el uso de esa expresión implica, primero, que pretenden construir la nación catalana y, segundo, que esta nación aún no existe o, como mínimo, no está completa.

De la misma manera,  partidos como  el Partido Popular, cuyos cuadros, afiliados y simpatizantes comparten indudablemente un sentimiento nacional similar (pero cuyo objeto ideal no es Cataluña, sino España) no se define como partido nacionalista: en su imaginación, la nación española ya existe y, por tanto, no es preciso edificarla. Sólo cuando se advierte una amenaza se percibe como objetivo la defensa de la nación frente a la misma y surgen partidos claramente nacionalistas o los ya existentes asumen una beligerancia en este ámbito (la voluntad manifestada por el ministro Wert de “españolizar a los niños catalanes” es una clara prueba de lo que decimos).

La actual situación política en Cataluña expresa el conflicto entre dos nacionalismos encontrados e incompatibles, es decir, entre dos proyectos de país antagónicos: para unos y para otros, deben generalizarse a todo el país (al que respectivamente consideran su país) las características que definen a su nación, es decir, al objeto ideal de su sentimiento patriótico. Y el predominio de un nacionalismo implica la desaparición o, al menos, reducción de las características defendidas por el otro.

La independencia no es, en realidad, sino un medio para conseguir el triunfo del proyecto nacionalista catalán, eliminando la influencia del Estado español  que alienta el sentimiento nacionalista español. También es la consecuencia lógica del sentimiento nacionalista catalán: un país que presenta características esenciales propias y radicalmente diferentes de los países vecinos debe organizarse mediante un Estado propio. Simétricamente, la independencia de Cataluña supondría la quiebra, no de la España real (un país con diferencias lingüísticas y culturales al que se ha incorporado un número muy elevado de inmigrantes de diferentes orígenes), sino de la idea de España que comparten quienes la consideran su nación.

Ciertamente, la independencia de Cataluña tendría consecuencias tangibles por lo que no sería absurdo defenderla como objetivo político por motivos racionales. Pero, por una parte, esas consecuencias no están claras, sobre todo a corto o medio plazo; ignoramos cual sería la reacción de la economía ante la independencia, sobre todo ante una declaración unilateral de independencia. Tampoco podemos predecir con seguridad cual sería la reacción de los países europeos, varios de los cuales afrontan sus propias tensiones centrífugas.

Por otra parte, la consecuencia que parece más importante, el fin del denominado “expolio fiscal”, que se nos presenta como un argumento racional, se fundamenta en realidad en un prejuicio derivado del sentimiento nacionalista. Sólo dando por sentado que los impuestos pagados por los contribuyentes de Cataluña deben revertir íntegramente a los ciudadanos catalanes, en forma de servicios públicos, inversión estatal, ayudas, subvenciones…se puede sostener que “España nos roba”. El análisis basado en las balanzas fiscales podría efectuarse a nivel provincial, comarcal o municipal. La razón de que se descarte es, evidentemente, que en estos ámbitos los resultados de tal análisis no tienen la resonancia emocional que tienen cuando apoyan el enfrentamiento nacionalista.

De todo lo anterior se desprende que el conflicto catalán es irresoluble porque se plantea en términos que no permiten un compromiso. La construcción de la nación catalana excluye que Cataluña se integre en la nación española, y esta integración, a su vez, exigiría la desaparición de Cataluña como nación.

Ahora bien, el planteamiento puede efectuarse en otros términos. Primero, reconociendo que las naciones son tan solo objetos imaginarios, sin existencia real. Segundo, aceptando y respetando los sentimientos de todos los seres humanos. Tercero, renunciando a imponer nuestros propios sentimientos como ley común a todos los demás. A partir de estas bases y de los principios fundamentales de la democracia es posible la acción política para resolver cualquier conflicto.

No hay comentarios: