lunes, 1 de noviembre de 2010

A vueltas con la pederastia

En parte tiene razón Antoni Puigverd en su artículo "La doble moral y la burla", publicado hoy en "La Vanguardia". Nuestra sociedad, o muchos de sus componentes, toleran y aun alaban en "los suyos" lo que denigran y condenan en "los otros".

Así, los sedicentes progresistas condenan la manifestación de Sánchez Dragó de haber practicado el sexo con niñas de trece años, cuando no han hecho aspaviento alguno ante declaraciones u otras manifestaciones proclives a la pederastia procedentes de artistas de izquierda. Inversamente, Esperanza Aguirre, firme defensora de la moral católica, es particularmente comprensiva con Sánchez Dragó.

En esta materia, las cosas están muy claras. La pederastia debe condenarse siempre y los pederastas, incluido el propio Sánchez Dragó deben ser tratados, sencillamente, como apestados. Sólo si muestran arrepentimiento pueden ser aceptados de nuevo en la sociedad, y éso de forma condicional, siempre que no reincidan.

Ahora bien, en el caso de la Iglesia católica hay que distinguir dos cosas: lo anterior vale para los curas pederastas. No debe haber distinción. Pero la doble moral resulta especialmente rechazable en la jerarquía eclesiástica. Y éso es, exactamente, lo que revela el tratamiento tradicional de los casos de pederastia sacerdotal por parte de los Obispos y superiores religiosos.

Quienes no dudaban en condenar a los laicos (al menos si no tenían mucho poder) por sus conductas en materia de sexualidad, sin mostrar ninguna flexibilidad (negar la comunión a divorciados, expulsar a profesores de religión que osaban "vivir en pecado" o contraer matrimonio civil) trataron siempre de ocultar y minimizar los abusos cometidos por clérigos sobre menores, pese a que la doctrina cristiana condena, sin ambages, tales actos.

La razón aducida era "evitar el escándalo". En otros términos, procurar que nadie conociese la verdad, lo que equivale a decir una mentira (sutilezas jesuíticas aparte). ¿Por qué? En mi opinión, para proteger la imagen de la Iglesia y de sus sacerdotes, como seres más santos y más sabios que los meros laicos, en frase de quien la Iglesia venera como san Josemaría Escrivá de Balaguer, "la clase de tropa".

La doble moral es condenable siempre. Pero La Iglesia, que se arroga el derecho a juzgar y condenar a los otros, haciéndolo además en nombre de Dios, no puede permitirse tales flaquezas. Los sacerdotes, pueden caer, pueden pecar; aunque a regañadientes, la jerarquía admite que son sólo hombres, iguales en esencia a los demás. Pero la cúpula, el Papa y los Obispos que afirman ser infalibles por asistirles la tercera persona de la Santísima Trinidad cuando enseñan de manera concorde una doctrina, no pueden actuar en contra de sus propias enseñanzas de manera uniforme. Al menos impunemente.

Benedicto XVI ha adoptado medidas respecto de los pederastas; ha establecido la forma en que las Iglesias particulares deben tratar los casos de pederastia en que los autores sean clérigos, totalmente opuesta a la tradicional. Pero aún no ha explicado por qué la Iglesia, que pretende estar en posesión de la Verdad revelada por Dios mismo, actuaba en cuestiones tan serias de forma totalmente contraria a la que ahora reconoce como correcta y adecuada a la doctrina.

¿Tiene que reconocer que se equivocaron?¿Que la jerarquía eclesiástica abandonó el camino recto por un ídolo, el prestigio, el poder? Si lo hace, ¿puede mantener la arrogancia de quien está en lo cierto?

Sólo veo una posibilidad: un severo examen de conciencia de la estructura jerárquica de la Iglesia. El reconocimiento de que son buscadores de la Verdad, no poseedores de la misma. Y mostrar en su conducta que han aprendido a ser más humildes. Sus enemigos no dejarán de echarles en cara sus contradicciones. Se han exaltado hasta el límite, por éso son humillados con especial saña.

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