jueves, 11 de noviembre de 2010

Visita papal o misa de Estado

Francesc de Carreras dicta hoy una clase magistral en "La Vanguardia" ("Estado laico, personas libres") acerca de la laicidad y la confesionalidad del Estado. Parte, como es obvio, de la reciente visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona y de las reacciones que ha suscitado.

Quiero hoy fijarme particularmente en uno de los muchos temas que han sido objeto de debate en relación con esta visita: la ausencia del Presidente del Gobierno en la ceremonia de consagración de la Sagrada Familia.

Si viniese a España en visita oficial el Presidente de algún país que, al propio tiempo, tuviese un cargo en la masonería y, aprovechando su estancia en España presidiese aquí algún acto masónico, sin duda los Reyes le recibirían de acuerdo con el programa habitual en las visitas de Estado. Sin embargo dudo mucho que nadie encontrase extraño que no asistiesen al ceremonial masónico. Incluso es improbable que fuesen invitados, ya que las reuniones masónicas no son públicas.

Si fuese un monarca musulmán el que acudiese a la inauguración de una mezquita en nuestro país, probablemente el Rey le recibiría, le invitaría a un almuerzo o cena oficial y a otros actos, de trabajo o lúdicos. Pero nadie se escandalizaría porque D. Juan Carlos no asistiese a la oración del viernes en la mezquita, ya que no es musulmán.

¿Por qué, entonces, extraña y aun escandaliza que José Luis Rodríguez Zapatero no haya asistido a la consagración de la nueva basílica, si es notorio que no es creyente?

Hay un primer elemento: el Estado tiene un protocolo más o menos establecido para las visitas de Jefes de Estado extranjeros. Visitas oficiales, claro está, pues las visitas privadas son precisamente éso, privadas. Pero la visita del Papa no se ajusta en absoluto a ese protocolo, que suele incluir reuniones con el Rey y, en ocasiones, el Presidente del Gobierno, una comida o cena oficial, alguna visita turística y una agenda de trabajo variable.

El Papa no ha venido a ocuparse de las relaciones entre el Reino de España y el Estado Vaticano. Ha venido exclusivamente a actos de carácter religioso; en la terminología eclesial, ha venido como pastor de la Iglesia universal a encontrarse con sus ovejas de las iglesias particulares de Santiago y Barcelona (de Galicia y Cataluña, de España, este punto no es relevante).

Dado que los Reyes de España son católicos no es extraño que asistiesen a una ceremonia de la religión que profesan, más todavía cuando, en definitiva, quien la presidía tiene también la condición de Jefe de Estado. Pero, ¿por qué había de asistir quien no profesa tal religión? Si el Papa quería reunirse con el Presidente del Gobierno español, lo procedente era que le invitase a una reunión; si Zapatero quería hablar con el pontífice, debía solicitar una audiencia.

La presencia de tantos notorios ateos, agnósticos o indiferentes en la ceremonia de la Sagrada Familia y las críticas por la ausencia de Zapatero ponen de manifiesto que, para mucha gente, la Iglesia católica forma parte de las instituciones políticas de España. Que, para ellos, reyes y gobernantes han de rendir pleitesía al Obispo de Roma, cuya tiara está decorada con tres coronas, para hacer patente su superioridad sobre reyes y emperadores.

Y que para la jerarquía católica también es así. Que el da mihi animas, caetera tolle no va con ellos, sino que se consideran parte de la estructura institucional del poder político, como siempre han sido.

¿Quién decidió las personas que habían de ser invitadas a la consagración de la Sagrada Familia? Parece evidente que, si no lo hizo la Iglesia (la Secretaría de Estado vaticana, la archidiócesis de Barcelona) al menos debió ser consultada y dar su visto bueno. O sea, que aceptó la presencia de personalidades que claramente no estaban interesadas en el aspecto religioso de la ceremonia (que se supone que debía primar), sino en sus posibles repercusiones políticas, económicas o de imagen.

Esta acepción de personas parece que no cuadra bien con una Iglesia que predica la hermandad de todos los seres humanos como hijos del mismo Padre. Por ello creo que las críticas deben dirigirse también al Vaticano, que se preocupa demasiado de cuestiones puramente terrenales.

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