sábado, 24 de octubre de 2009

Idiomas

En "La Vanguardia" de hoy, 24 de octubre, Tendencias (pags. 28-29) Javier Ricou y Luis Izquierdo formulan una pregunta revolucionaria: "¿Habría que exigir a un presidente del Gobierno o a los altos mandatarios políticos el conocimiento del inglés?"

Parece que es una pregunta de mero sentido común. Hoy, el inglés constituye una herramienta imprescindible para todo aquél que, en su desempeño profesional, tenga cualquier tipo de relación con personas de otros países. Incluso, muchas veces, sin necesidad de relación interpersonal, sólo para acceder a informaciones de distintas fuentes (libros, periódicos, Internet...)

Pero es revolucionaria porque, en la actualidad, en España, se acepta sin discusión que lo único que precisa un político para desempeñar cualquier responsabilidad es ser votado o designado. Ninguna capacidad, ninguna preparación se le exige o, si se prefiere, todas las que necesita el desempeño del cargo se le suponen sólo por ganar las elecciones o por ser designado por quien tiene tal facultad.

José Luis Rodríguez Zapatero es la prueba viviente de lo anterior: su curriculum, cuando accedió a la presidencia del Gobierno español se reducía a su ejercicio profesional como profesor de Derecho constitucional, su labor como diputado y, sobre todo, el haber conseguido el poder dentro de su partido, lo que le llevó a la presidencia quizá, sobre todo, por la oposición popular al apoyo de José María Aznar a la guerra de Irak.

Si se abre paso la idea (de sentido común) de que se puede exigir a los políticos saber inglés, puede colarse de rondón la de que se les puede exigir competencia demosatrada en tareas de gobierno o, incluso, en cualquier tipo de labor profesional. Que para desempeñar cargos públicos no baste con la designación de la cúpula de un partido, obtenida quiza, no por el propio candidato, sino por su familia o amigos, sino que se requiera una preparación, una experiencia y unas aptitudes demostradas.

Que deje de ser verdad el chiste del padre, bien relacionado, que busca un primer trabajo, poco retribuido, para su hijo, que no quiere estudiar más. Sus amigos políticos le encuentran varios enchufes bien retribuidos, pero cuando les dice que quiere un puesto mileurista, le contestan que éso es imposible, que hay que tener título, hablar idiomas, aprobar una oposición...

Que, en definitiva, para ser Presidente o ministro se exija al menos lo mismo que para ser conserje en La Moncloa.

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